
El Capital en el Siglo XXI de Thomas Piketti, es sin lugar a dudas un libro muy singular pues ha logrado casi desde su aparición algo verdaderamente insólito: constituirse como todo un “boom” en ventas tratándose de una obra de economía.
Tiene como tema central el análisis de la desigualdad en la evolución del capitalismo desde una perspectiva histórica llegando a la conclusión de que éste crea necesariamente una mayor desigualdad por cuanto a largo plazo la tasa de retorno del capital (r) supera a la tasa de crecimiento económico (g).
Paul Krugman, premio Nobel de Economía, ha calificado a “El Capital en el Siglo XXI” como “el libro más importante del año .
Evidentemente el libro El Capital en el Siglo XXI constituye un aporte sumamente valioso por cuanto explica el problema de la desigualdad en el capitalismo de una forma bastante clara y persuasiva, realiza análisis empíricos con una data extraordinariamente amplia que en algunos casos parte del siglo XVIII, y propone interesantes medidas para reducir la concentración de la riqueza tales como los impuestos a la herencia, impuestos progresivos sobre los ingresos e incluso un impuesto global sobre la riqueza. El libro ha recibido muchos aplausos en el mundo académico.
“El Capital en el Siglo XXI” quiere emular a “El Capital” del siglo XIX, escrito por Karl Marx. No obstante, hay una gran diferencia entre la obra de Marx y la de Piketty pues mientras la primera es una obra de tremenda profundidad teórica, la segunda no llega a ese nivel.
Piketty a lo máximo que llega es a rozar lo político y no plantea mayores disquisiciones epistemológicas. Más bien el mérito de la obra de Piketty está en su extraordinariamente amplio análisis empírico el cual, aun cuando sea susceptible de ciertas críticas metodológicas, nos brinda resultados bastante interesantes y útiles. Pero definitivamente no es un libro de profundidad teórica. En la misma línea de lo anterior, tenemos que otra gran deficiencia de la obra de Piketty es que abusa de la extrapolación y llama “Leyes Fundamentales” a meras regularidades empíricas. Está bien que estas regularidades se den en un tramo de tiempo bastante amplio, pero el pasar a llamarlas “leyes” es exceder lo epistemológicamente justificado, más aun considerando que Piketty se centra más en el análisis histórico que en la estructuración teórica.
La pertinencia de esta crítica se ve sobre todo si uno analiza los momentos en que Piketty hace “predicciones”: si bien sus explicaciones retrospectivas son bastante buenas porque la historia “ya pasó”, sus estimaciones prospectivas son bastante frágiles e inciertas porque su esquema teórico no es lo suficientemente fuerte .
Ahora bien, lo interesante es que Piketty formula “leyes” pero no llega propiamente a explicarlas sino que únicamente las ilustra con ejemplos históricos y da ciertos motivos de plausibilidad. Piketty no llega a desentrañar cuál es la estructura subyacente a las regularidades empíricas que encuentra. ¿Y cuál es esa estructura subyacente? Pues las relaciones de poder implicadas en la organización social de toda producción capitalista. Piketty simplemente no llega a pensar a profundidad este punto. Esto puede verse desde ya en su definición misma de capital, concibiéndolo meramente como un objeto y no como la manifestación de un proceso social.
A su vez, este tipo de esquema lo lleva a ver la “división capital-trabajo” desde una perspectiva básicamente instrumental en términos de “cambios estadísticos” y “sucesos históricos” pero sin ir al meollo del asunto: las relaciones sociales de producción.
Tampoco es necesario ser marxista para aceptar este punto porque, sin necesidad de postular que esto se estructura en términos de la consabida “lucha de clases” del materialismo dialéctico, es evidente que las relaciones de poder entre los grupos e individuos son constitutivas del proceso económico mismo. En ese mismo contexto, tenemos que si bien Piketty se pronuncia en contra de la creciente concentración de riqueza a partir de los 70, no habla mayormente de la profunda reestructuración global llevada a cabo por medio del neoliberalismo a partir de esta época con el proceso de privatizaciones.
Simplemente no critica las privatizaciones. Y esa es una falta importante porque como resultado de esa privatización, muchas de las cosas que se esperaba fueran servicios públicos se han convertido en monopolios que generan rentas extraordinarias para quienes ya eran los más ricos. Aun así, la regulación a los grandes monopolios y oligopolios no entra en la mira de Piketty, y tampoco el tema de la gestión de las licencias y patentes.
Y no sólo eso: Piketty no analiza a fondo, sino simplemente menciona, una cuestión tan fundamental para el problema que está tratando como es el que los grupos de poder económico puedan controlar a los grupos de poder político para asegurar y expandir su riqueza. La corrupción en Wall Street, el fraude de las hipotecas, las estructuras de lobby, la presión por la desregulación bancaria, el papel de las calificadoras de riesgo, la falta de sanciones a quienes estuvieron implicados en la generación de la crisis: nada de esto halla suficiente eco en la obra de Piketty.
No obstante lo anterior, los medios de comunicación han entronizado a Piketty como “el mayor economista heterodoxo de nuestra época”. Pero eso simplemente es falso pues si bien Piketty hace una crítica del capitalismo, el esquema teórico desde el que la hace es compatible o al menos no rompe con la teoría económica ortodoxa. Las definiciones y términos que usa son básicamente los de la economía convencional. Piketty es un gran crítico del capitalismo pero no es un economista heterodoxo en sentido pleno.
La muestra más clara de ello está en cuando trata la “Controversia de los dos Cambridges”. Siendo este el debate teórico tal vez más importante que ha habido entre economistas ortodoxos y heterodoxos en el pasado siglo, nos encontramoscon que Piketty le dedica sólo tres páginas.
Pero eso no es lo peor. Lo peor es que Piketty ni siquiera está bien informado de cuál era el objeto mismo de la controversia. Él cree que el punto de controversia era si en el modelo de Solow el crecimiento seguía una trayectoria estable o no y llega a decir que el debate finalmente lo ganaron los economistas ortodoxos, entre los que estaba Solow. Pero eso demuestra una ignorancia absoluta al respecto.
El punto de controversia entre los dos Cambridges fue precisamente sobre una noción absolutamente central en la teoría de Piketty: el capital. Lo que planteaba la heterodoxa Joan Robinson es que no había forma coherente de medir el capital dentro del esquema neoclásico y al final los propios economistas ortodoxos aceptaron la derrota (véase Solow y su reducción de la teoría neoclásica a meras “parábolas”).
¿Cómo es posible que “el mayor economista heterodoxo de nuestra época” ignore esto? Pero no se trata aquí de desestimar toda la obra de Piketty. Obviamente se trata de un gran aporte, como ya hemos dicho. Pero se ha inflado tanto la “burbuja Piketty” que el desinflarla un poco resulta “justo y necesario”. Y es que si se piensa que su crítica al capitalismo es “la máxima posible” nos estaremos privando de hacer una crítica más amplia y fundamental.
Dante A. Urbina – Universidad Complutense de Madrid
http://elherejeortodoxo.blogspot.com.ar/2014/11/el-capital-en-el-siglo-xxi-resumen-por.html